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viernes, 27 de enero de 2012

Las capitales

Llevo toda mi vida escapando de las capitales. Prefiero perderme en horizontes de naturaleza, despertarme con la visita de los pájaros y sentirme sola de verdad, por falta de gente. Porque lo que realmente no soporto es la soledad que se siente en multitud. 
Sin embargo, de vez en cuando, me gusta pasear por las calles de mi ciudad. Hoy lo he hecho, como si fuera una bala perdida buscando un (h)ada a quien disparar. 
Mi ciudad cada vez me parece más vacía, más provinciana. Los turistas, en invierno, son tranquilos y a penas hay italianos. Son rosas. De piel rosa, quiero decir. Y pelo blanco. Poco color en las gentes, en general. De hecho, los colores se descuelgan de los graffitis, de los artistas callejeros, de las terrazas de las cafeterías y de los escaparates de las tiendas, pero todo me resulta artificial y poco. Aunque aprecio de verdad la luz, esta luz mediterránea y transparente.
Siempre veo a alguien conocido cuando voy a la capital, como si el tiempo se hubiera congelado o todo fuera un sueño: hoy he visto al bibliotecario de la biblioteca en la que me pasaba las tardes cuando tenía 13 años. Estaba igual igual, pero con el pelo gris. Quería saludarle, pero me ha parecido absurdo. ¿Recordaría en mí yo casi cuarentón esa niña regordeta y con gafas de entonces? ¿esa que le encargó "Flores en el ático" (todos tenemos un pasado del que avergonzarnos)? He buscado el reconocimiento en sus ojos tímidos. Me lo ha dado, pero no hemos hablado: en esta tierra somos así de sosos.
Los rincones de mi ciudad son muy negros y huelen a orina. No están lejos de los desequilibrados. Ni de las partes bonitas y fotografiables. 
Me he comprado un jersey gris en las rebajas: 9.50€ y he comido en un bar regentado por dos calvos barbudos gays de brazos tatuados, vestidos a rayas blancas y negras, con cierto aire a Tin-tín. No tenían datáfono y mi amigo ha tenido que invitar. El suelo, era de baldosa hidráulica. Y dos esquinas más allá, he visto una puta vieja, muy poco atractiva, y una tienda antigua llena de sillas de cuerda y un graffitti en una puerta de garaje: "yo, un bala perdida buscando un hada detrás de esa preciosa boca que parte mi cara" y una tienda moderna con láminas de amantes vermellones y grises flotando en el aire su amor diáfano.
Después, más tarde, el tren ha vuelto a engullirme y llevarme lejos de la capital, a buscar silencios y cadenas montañosas, en el refugio helado de mi faro de cristal.

10 comentarios:

Pitt Tristán dijo...

Conocí a un "bala perdida" que se le apareció una mujer vestida de blanco y una varita y, al tomarlo de la mano, él le dijo sorprendido:
- Qué mano tan fría tienes.
- ¡Cómo que soy "el hada"!

Fátima Rodríguez dijo...

A mi me gustan las ciudades para vivir y los pequeños pueblos para ayuntar, descansar, desconectar y quizá algún día, intente colonizar la catalunya profunda...

Me encanta pasear por las ramblas, como lo hice la primera vez (como una guiri) pero ahora, soy una barcelonina inflitrada entre guiris.

Tu pasado, me recuerda al mío cuando encargaba libros de Josep Plá y la bibliotecaria me miraba con cara rara (como mis amigos/as pseudointelectuales): qué hace esta leyendo a "ese"...en el Sur, en Cádiz, no salían de Alberti, Neruda, Gala...etc Y a mí ya me tiraba lo "catalino". En su momento si me avergonzaba, era raro, pero ahora, con el tiempo, y en la tierra que parió a plá no es igual.

Curiosas tus escapadas.

Un saludo

Miguel Bueno Jiménez dijo...

Acabo de volver de Cabo de Gata, Almería, y hago mias tus palabras. Tienes que darte un garbeo por el sur, a ser posible en invierno o primavera. En Cabo de Gata estaba ahora todo florecido. Aqui, con estos días de sol, la primavera es en enero.
Abrazos
Piedra

M dijo...

Dónde está ese refugio, ada?

Nuesa Literària dijo...

Tu descripción me ha hecho estar ahí, en esa ciudad que has fotografiado con tus palabras y que (a pesar de ser de la naturaleza salvaje) tanto amo. La riqueza humana que has descrito, con toda su ambigüedad, viene ser como esas flores de colores chillones y saba a veces venenosa a veces alienante y dulce que nos encontramos en los bosques. Me gusta tu forma de escribir.

Ada dijo...

Pitttttttttttt :) ese chiste es muy viejo, tanto como el de "¿qué es el Arte? pues morirte de frío"

Fátima, el tiempo nos va reubicando. Pero lo de "Flores en el ático" no tiene justificación :)

Miguel, lo tengo pendiente, si voy os haré crónica fotográfica. Un abrazo!

Mónica :) te vamos a llamar "la reina cotilla" :) :)

Jeremías, gracias :)

volboretinha dijo...

Yo creo que las capitales tienen su parte buena y su parte mala al igual que los pueblos o pequeños refugios. Depende mucho del momento en el que estemos. Creo que es importante también, saber disfrutar de lo positivo que nos ofrece ambas posibilidades. Y en cuanto a las capitales, a veces entre ellas existen pequeños refugios!!!

Elchiado dijo...

me ha encantado acompañar tus horas en la capital, a mí no me sale escribir así, con esa frescura y naturalidad. un abrazo

Sara O. Durán dijo...

Las flores en el ático, es un suceso imperdonable del pasado, que podemos compartir, siempre y cuando lo dejemos en estricto secreto, jajajaja.
Muy ágil, con imagenes muy bien retratadas. biutiful!

el paseante dijo...

Pues yo soy el típico huraño que vive en una gran ciudad para sentirse solo de verdad.

Me ha gustado tu relato con un puntito triste y un puntito sórdido. En todo caso, muy desnudo. Pura descripción (son los mejores textos).