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martes, 27 de diciembre de 2011

lunes, 26 de diciembre de 2011

Canción de la buena cuidadora



No era buena anfitriona, no era buena cocinera, no era buena cuidadora, ni siquiera buena ama de casa. Tan sólo esa canción, sólo esa canción, como un mágico abracadabra, conseguía convertirla en una mujer útil y práctica. El resto del tiempo, sólo volaba. Para regocijo de Oliverio Girondo.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Autorretrato sobre la espalda del dragón

El dragón, con sus escamas brillantes, medio pez y medio ave, monstruo que todos tenemos fuera o dentro, el dragón, espejo repetido de lo que somos y hacemos en las imágenes de lo que son los otros con y para nosotros. 
Y yo, pequeña, sólo una punta de una escama de la gran espalda que lo contiene todo. Yo, mirando con ojos limpios todavía, a pesar de los múltiples intentos del monstruo para doblegar mi ánimo. 
Y tú, que me acaricias con los ojos y las palabras, y me acompañas como una cometa atada a mi dedo. Estás lejos, pero estás.
Y tú, que me meces en silencios y orgullos, y me acompañas y desacompañas como un sol en día de nubes.
Y tú, que me borras y me hieres como un castigo injusto e inaceptable.
Y tú, que me atiendes y me sonríes y estás cuando tienes que estar, perfectamente sincronizada con la necesidad que puedo tener de ti.
Y tú, que no te veo pero te siento.
Y tú, que con la edad cada día muestras más tu negrura y te expones torpemente una y otra vez ante mi comprensión y confianza, que escúchame, tiene un límite.
Y tú, que te levanto.
Y tú, que me levantas.
Y tú, que me pisas. 
Y tú, que me pisarías si pudieras.
Y tú, que poetizas todas las cosas para que las horas me sean tiernas.
Y todos en todas las escamas de la espalda de dragón, que a veces es un dragón chino, sabio y mágico y otras uno medieval, de esos que raptan pasiones y se enfrentan por ellas. 
Volandoooooooooo, volando sobre la ciudad pequeña. 
Qué pequeña desde aquí. Volandoooooooooooooooooooooooooooooooooooooo


Cierta tristeza

Sobre la argolla plateada de la lápida alguien había atado un rosario. No había flores ni fotos, sólo aquel símbolo solitario, gris sobre la piedra gris sobre el cielo gris sobre el alma gris. A pesar de ello, la tristeza no era extrema, más bien suave, contenida, como un ligero escozor, un puntito de nostalgia, un hormigueo en los dedos, un desazón en la boca del estómago, sería el cava. 
Habían sido pocos en la casa, una familia reducida que todavía no había podido dedicarse a aumentar para compensar cuando algunos faltaran. Y tenía miedo, este sí que terrorífico, a ir restando presencias hasta que las fiestas fueran un desencuentro solitario de nostalgias. 
Pero el camino estaba tomado: jamás su casa sería un hogar lleno de niños ilusionados, ni de carcajadas embriagadas, ni de músicas altas, ropas con lentejuelas, bailes frenéticos y complicidades extremas. Eran pocos y comedidos. Eran pocos y tranquilos. Gris sobre el gris sobre el gris sobre el gris.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Seguimos en la estación

Seguimos en la estación. Esperando. Ese lugar de tránsito que aúna vidas y quehaceres. Los trenes llevan retraso y los operarios no explican. No sé porqué se enfadan tanto. La vida también es así. Aunque nos gustaría, nadie nos cuenta de dónde viene esa desgracia ni ese premio ni por qué.
Una dice que no piensa pagar el trayecto. Estúpida soñadora utópica. ¿Acaso dejas de pagar en la vida aunque el servicio no sea el deseado? En realidad, me enternece. Cree y siente lo que dice.
Muchos más están indignados. Se quejan, maldicen, murmuran, se crispan. Ellos no. Ellos siguen en la estación besándose. Estarán agradecidos por ese retraso que dilata su despedida. Siempre puede sacarse algo positivo.
Poco a poco, el anden se va llenando de gente. Achico los ojos y así me alejo un poco de la escena y, viéndoles más pequeños y lejanos, tengo la sensación que son como esos caracolitos que se reúnen sobre una rama seca en el verano, bien apretados a dormir el calor. Pero no, éstos se mueven demasiado, no, son como hormigas devorando un insecto o como una flor abriéndose a velocidad extrema, los dos ejemplos son válidos y reales, no tengo preferencias. Sé que usando el primero se me tacharía de oscura y usando el segundo, de cursi. Pero no tengo preferencias, de verdad, ambas visiones están contenidas en mi.
Sigo observando. Tibia. Finalmente llega el tren. Y todos se lanzan en avalancha a penetrarlo. Se empujan, se miran de reojo, se aceleran. Lo hacen, a pesar de que saben que hay asientos para todos y que la máquina tardará todavía unos minutos a ponerse en marcha.
Los amantes siguen besándose. En cuanto se acomodan los pasajeros, ellos despegan sus labios un instante, y cogidos de la mano, se dirigen al vagón donde también yo pensaba sentarme. Les admiro. No iban a despedirse, sólo se amaban, con esa intensidad brutal de las tragedias. No pretenden hacer nada extraordinario esta noche, tal vez sólo sentarse en casa a ver la televisión y seguir besándose, como si no hubiera trenes que pasaran, sólo amándose.
De pronto, siento una tristeza infinita. Y decido no coger el tren, seguiré esperando. Después de todo, es lo que se espera de mi. Olvidé decirlo, soy la máquina de los refrescos.

El probador

Aquel era un lugar bien extraño: en una de las arterias comerciales más conocidas de la ciudad, justo al lado de una fuente se abría un pequeño patio interior y allí en un cartel luminoso, estéticamente desubicado, y con una gran flecha de neón, se podía leer "Probadores". Me extrañé: no había ninguna tienda alrededor. Pero la curiosidad era demasiado fuerte así que me acerqué despacio buscando alguien que me diera alguna respuesta. Pero no había nadie, sólo la escultura de un niño negro con rasgos blancos.  
Una cortina de terciopelo color añil, pesada como las de las iglesias, separaba el probador del exterior. La aparté con dificultades y entré. Entonces sonó una música de violines y una voz en off, grave y masculina, me invitó a cambiarme de ropa.
- ¿Què ropa? -respondí bajito-, no hay ninguna ropa.
De repente, apareció ante mi un traje gris perla: falda de tubo hasta la rodilla, camisa blanca semitransparente, chaqueta entallada, medias de seda, zapatos negros de tacón a lo Letizia y un pequeño bolso también negro incrustado de cristales que formaban una gran C.
- Pruébatelo -ordenó la voz en off-, y serás una persona nueva mientras lo lleves.
No pude resistirme y así lo hice. De repente, mi pelo alborotado se definió en rizos brillantes y elásticos y en mi rostro, normalmente, limpio, las pestañas se me multiplicaron, los labios adquirieron un brillo gloss muy acorde con los cristales del bolso y mis mejillas un tono rosado artificial pero elegante. 
Salí del probador y mis pies iniciaron un camino desconocido. Sin voluntad propia fui capaz de entrar en un gabinete de abogados, atender a varios clientes, almorzar con un fiscal y mi secretaria en una arrocería de lujo, tener sexo, puro sexo a media tarde y de pie, en el cuartito de las fotocopiadoras, con el joven becario del gabinete y a última hora de la tarde recibir un masaje relajante con exfoliación y baño de espuma.
Al día siguiente, de camino al trabajo, paré de nuevo enfrente del probador. De ahí salí con un vestido de lana a rayas de colores, unos leotardos granate de lana, unos botines de piel girada y un abrigo a cuadros con botones muy grandes, como de payaso. En la solapa llevaba una libélula de tela, echa a mano, y en mis orejas pendientes de ganchillo. Mi pelo, de nuevo alborotado, tenía reflejos caoba, y con la cara bien lavada, me dirigí a mi clase de patchwork, antes de pasar por el mercado ecológico para reservarme la comida del mediodía, impartir las clases de inglés a los chicos de bachiller, las clases de repaso a los niños de primaria y a última hora, la de informática a los ancianos del barrio.
Y así estuve durante un mes, haciendo probaturas de vida, cada día algo diferente. No sabéis cómo aprendí. Lo jodido, y que Dios me perdone por lo impropio de esta palabra, es que ayer me vestí de monja y hoy, Santo Cielo!, el probador ya no estaba.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Un te en Babel

Esto es Babel. Incluso cuando hablamos el mismo idioma, con sus mismas preposiciones y sus mismos condicionales. Y aún cuando mis tiempos verbales son frescos y respiran equinoccios, siempre habrá algunos que entenderán en pluscuamperfecto. 
Sigue maravillándome cómo un mismo gesto puede crear reacciones diferentes: los limpios y luminosos, que te agradecen y comparten; los silenciosos, que nunca devolverán el gesto y las razones permanecerán ocultas como un papiro secreto de otros tiempos; los egocéntricos, que se ofenden porque tu gesto no ha sido exclusivo para ellos; los fríos, que cordialmente y friamente te devuelven el gesto como si fuera un boomerang, pero sin ningún sentimiento; los entusiastas, que abren ventanas y puertas como si una ráfaga de viento las hubiera movido, pero que igualmente pueden permanecer cerrados, con las cortinas puestas, durante mucho tiempo; los sinceros, que disfrutan siempre y lo demuestran; los indiferentes, que no entienden; los oscuros, que se carcomen; los incrédulos, que nunca van a creerte...
Y en otro orden de cosas...esto es Babel y mi lucha no es la suya. Yo quiero un gesto de apertura, una inflexibilidad menos, un orgullo sano, un aprendizaje global. Sin embargo, ellos se aferran con uñas y dientes a lo aprendido, a unas leyes inaplicables, a un miedo estúpido, al modelo de lo que creen deber ser. Creen. Deber. Ser. Demasiados verbos sin conjugar adecuadamente.

martes, 20 de diciembre de 2011

El club de los fantasmas que no sabían atravesar paredes

El club de los fantasmas que no sabían atravesar paredes estaba formado por cuatro infelices desencarnados que, genéticamente, eran incapaces de aprender el arte natural de atravesar la materia. Como eso era algo extrañísimo dentro del submundo de los espectros, se los había considerado pacientes de una enfermedad rara y nadie había hecho nada para solucionar su problema.
En los inicios de su periplo, los pobres habían intentado una y otra vez ser normales, pero sólo habían recibido golpes (de las paredes, claro) y frustración. Se constituyeron en club y recorrieron el mundo buscando a sus semejantes, pero nada. De manera efectiva comprobada, los fantasmas que no sabían atravesar paredes sólo eran cuatro, así que terminaron por aceptarlo y cada uno se marcho a su lugar favorito , eso sí, comprometiéndose a estar muy cerca de las paredes por si en algún momento cambiaba su estado. 
El fantasma de la meretriz subió a la fachada de un teatro en una pequeña ciudad mediterránea, donde el buen  tiempo la dejaba permanecer desnuda sin pasar frío.
El fantasma del adolescente noruego que murió atropellado por aquel tren después que su compañero de orquesta, envidioso de su virtuísmo, lo lanzara a a las vías, decidió formar parte del friso musical de un palacio de Valencia y allí tocaba la flauta y el tambor como si fuera un ángel anunciando el juicio final.
El fantasma de la profesora envenenada por su amante se convirtió en ángel custodio del tiempo en la fachada de un palacio de Justicia. Sabía que el tiempo corría y quería dedicarse a recordarlo a aquellos vivos que a menudo lo echaban a la basura.
Y finalmente yo mismo, el cuarto fantasma, que no tengo oficio ni beneficio. Simplemente estoy sentado en la portada de la catedral de Lleida esperando que ocurra el milagro.

Nosotros, los cuatro miembros del Club de los fantasmas que no sabemos atravesar paredes, nosotros, los raros, los diferentes, los inútiles, os deseamos a todos unas fiestas felices. Y, tranquilos, no nos tengáis miedo: no podemos colarnos en vuestras casas.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Buenas noches

El sueño es una ventana en la que nos asomamos distraídos para encontrarnos en algún momento en que la niebla se aligera.
En el sueño nos amamos mientras los personajes de circo se cuelan en el argumento: una foca asesina, el príncipe Felipe, un bigotudo con aspecto de forzudo del siglo pasado, dos gemelas y un arlequín sospechosamente próximos... En el sueño nos asomamos y nos vemos, nos amamos y no nos huimos, nos quedamos y nos confundimos, nos hablamos y nos sentimos. 
En el sueño no me preocupa desearte y que me desees, no me pregunto nada, sólo siento. Lo sabes, siempre será nuestra ventana. Buenas noches...

sábado, 17 de diciembre de 2011

La canción del emigrante



Ayad es casi dos veces más grande que yo. En cuerpo, en edad y en corazón. Sin embargo me trata como si la grande fuera yo, como si el saber las letras fuera más importante que ser capaz de emigrar a un país extranjero y luchar todos los días por vencer diferencias e indiferencias. Adoro su sonrisa amplia, incluso adoro su manera de mirarme el culo cuando escribo en la pizarra, adoro verle como un niño grande ganando una carrera cuando, por primera vez, es capaz de leer una palabra.
Nada tiene dos años. Viene de la mano de su mamá Fátima y lo revoluciona todo. Tiene tendencia a pintar las paredes, pero ya ha aprendido a mirarme antes y a dejar de hacerlo después. Repite algunas de mis palabras como un lorito. Adoro su forma de sorprenderse cuando descubre mis pendientes. Ya es nuestro ritual: yo le dejo ver mis pendientes y ella se porta mejor.
Amina apenas aprende nada. Lleva tres meses estancada en las vocales. Si sienta derrotada en la clase y copia perfectamente lo que no se atreve a aprender. También repite alguna de mis palabras como un lorito, pero con ella no puedo establecer ningún ritual todavía. Me mira de reojo y copia, me mira de reojo y copia. Alguna vez ha sonreído, pero pocas.
Miloud nunca ha dejado de venir a clase. Ni un sólo día. Hablaba en infinitivo cuando llegó y ahora conjuga perfectamente y después ríe a carcajadas contagiosas que huelen a tabaco, para celebrar su éxito. Sin embargo, su trabajo sigue estando en la sombra del pino de la estación de tren. 
Zineb hace tatuajes de henna. Se maquilla como si se tatuara, se coloca la chilaba amarilla y rosa, las lentillas verdes y los zapatos de tacón y llega como un vendaval, como un disfraz entre reina mora y drac queen. 
Podría continuar retratando. Son más de 100. Pero todos tienen algo en común: esa lucha constante por trascender tópicos y prejuicios, esa capacidad infinita por encajar juicios e injurias, esa gratitud inmensa cuando se les trata con respeto.
Por ellos, estamos luchando estos días.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Con I de ironía e idiotez



Pensaba que en esta vida o se era irónico o se era idiota. Por supuesto, se consideraba del primer grupo, a pesar que ese planteamiento dual y tan simplista era, precisamente e irónicamente, muy idiota. 
Sí que era cierto que la sutileza de la ironía requería de una mente sagaz y abierta, de unos reflejos rápidos, a veces incluso de una misantropía declarada, de un lenguaje elaborado y una postura a veces nihilista y otras beligerante. Sin embargo, la base emocional de la ironía -ya que se basaba en la incapacidad (aunque aparentemente voluntaria) de decir abiertamente lo que se quería decir- era tan pobre como la intelectual lo era para un idiota así que en esos términos no había mucha diferencia entre uno y otro.
El irónico emocionalmente idiota, vivía de alquiler en un garaje convertido en estudio en el barrio de la Sagrada Familia de Barcelona, decorado con muebles de Ikea, que a menudo eran blanco de sus ironías, principalmente porque no los había elegido él, sino su casera.
En el piso de arriba, vivía una enfermera con bastantes turnos de noche, y que no dejaba de molestarlo con sus taconeos y trajines nocturnos.
- Buenos días -le dijo una mañana de domingo que se encontraron en la entrada de la casa-, ¿qué tal el cordero que tienes en el salón de casa? ¿ya lo sacrificaste para las fiestas?
- ¿Qué cordero? -preguntó tontamente la enfermera.
- ¿No tienes un cordero? Le escucho pasear por la casa algunas noches, golpear los muebles...
La enfermera, que no era idiota -ni normalmente irónica- captó enseguida la intención de su vecino.
- No es un cordero, es la cerda de la pareja del cerdo que hay en tu piso.
- ¿Qué cerdo? -preguntó él entonces.
- El que gruñe a todas horas.
Después de eso, ambos sonrieron y se dieron la espalda. Tontamente e irónicamente, así empezó su romance.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Luciérnagas y sombras

Algunas noches de verano, salían los tres, después de cenar, a pasear por la playa. La tenían a cinco minutos de la casa y ella balanceaba sus seis años a derecha e izquierda colgándose primero de su madre y después de su padre, haciendo que el camino pasara sin darse cuenta. Porque lo que a ella le gustaba realmente, era el ritual que empezaba entonces. Primero paseaban con los pies descalzos dentro del agua, después elegían un lugar tranquilo y papá encendía velas y farolillos haciendo un círculo de protección lumínica. Mientras, mamá y ella extendían toallas sobre la arena, abrían la mochila verde de la escuela y esparcían cuentos y fotos. Después se acurrucaban los tres, en un abrazo único y los miraban a la luz de las velas. 
Lo primero que aprendió de esas noches de verano fue que los farolillos producían unas sombras largas sobre la arena. Lo segundo, que esa luz atraía a las luciérnagas. Lo tercero, que esa realidad natural -las sombras sólo existen al lado de la luz / la luz atrae más luz- acabaría aplicándolo metafóricamente demasiadas veces en su vida de adulta: siempre había algún ser oscuro que emergía de las sombras -una amiga envidiosa, un compañero de trabajo malintencionado, un familiar amargado...-; aunque lo compensaban otros seres lumínicos que se acercaban atraídos por la luz. 
Al principio, se deprimía y se cuestionaba. "¿Pero yo qué he hecho o dicho para que me envidie / hiera / amargue? Pronto entendió: era su propia luz la que les hacía a ellos proyectar sus sombras. 
Le dio lástima. Pero no podía dejar de brillar. De hecho, brillaba más. Claro, por comparación.

martes, 13 de diciembre de 2011

Hacia la torre

Subía y bajaba su escalera de caracol varias veces al año. No por voluntad propia -la agotaba y la ponía al límite-, sino obligada por su ímpetu. El de él, quería decir. Porque resultaba que su vida no sólo tenía de extraño vivir en un apartamentito con escalera de caracol, sino que además lo compartía con un mago de circo algo caduco. Cuando al mago le daba por renovar sus trucos y ensayar usándola de cobaya en el lanzamiento de cuchillos, el triple corte con la guillotina mágica, la desaparición espectacular a cambio del tigre de bengala o el estiramiento de cuello y extremidades, no le quedaba más remedio que huir escaleras de caracol arriba y refugiarse en su torre de marfil, minúscula pero habitable. 
El mago casi nunca la seguía. "Te espero aquí abajo" -le gritaba burlón, seguro de que ella acabaría volviendo cuando tuviera más hambre o frío de lo soportable, cuando las ansias por hablarle la convirtiera, de nuevo, en conejo que guardar en su chistera. 
Sin embargo esa última escapada había sido diferente. Durante meses, sin que el mago lo supiera, se había aprovisionado de comestibles y agua, mantas, perfumes, libros y cuadernos, un teléfono y un ordenador, había practicado tanto zen como para sobrevivir comiendo un dátil diario y un dedito de agua, había avisado a amigos y enemigos de que iba a hacer un largo viaje y se había encerrado allí, en su torre, dispuesta a aguantar estoicamente un tiempo, el suficiente para que el mago de circo dejara sus trucos baratos y consiguiera hacer magia con el corazón, como la que hacen algunos niños y algunos ángeles. 

lunes, 12 de diciembre de 2011

Voyeaur

Miraba las cosas a través de algo, siempre a escondidas, en silencio y soledad. Miraba a sus seres queridos a través de la pantalla del ordenador; a su vecina, la modelo, a través de las cortinas del comedor; a las del rellano, a través de la mirilla; a los animales, a través de la televisión. Miraba a su esposa a través de su miopía porque no le gustaba, en realidad, y no soportaba verla al detalle; las fiestas de la calle, a través de su balcón; las enseñanzas, a través de sus prejuicios. Miraba la vida tras su reja de seguridad y cierto que le gustaba mirar, mucho, pero jamás participar. Que dolía...

domingo, 11 de diciembre de 2011

La hucha


Tengo una hucha secreta que parece un libro antiguo y ahí dentro, en lugar de una pistola pesada y brillante o un pequeño frasco de veneno mortal -como sería propio-, guardo los dineros pequeños que despreciamos día a día. 
Como una avara de otro tiempo, anoche conté las moneditas de 1, 2, 5 y 10 céntimos que contenía mi secreta hucha-libro y tras dos años sin tocarla -después de un duro verano en el que tuve que recurrir a ella para comprar el pan unos días- me encontré 30 euritos. 
Todavía escucho las carcajadas de todos los usureros pasados y presentes cuestionando mi capacidad de ahorro. Sé que es poco, pero ya les daré un buen uso, algún pequeño uso como su leve tintineo. No compensará ninguna carencia, pero tal vez arranque alguna sonrisa breve. 

Mujer


Mujer, porque llevas falda y tus pechos alimonados se marcan en la tela de tu vestir; porque las flores te enmarcan y el aire que respiras es un arabesco que no deja de fluir. 
Mujer, porque nada es sencillo a tu lado; porque ostentas el rojo incluso cuando vas vestida de piedra, porque cantas mientras las penas bailan y los cuervos graznan. 
Mujer, porque tienes pies pequeños y tus pasos parecen cortos; porque vas de perfil sobre la velocidad de las cosas atenta a todos los ángulos; porque hermosa o fea, luminosa o negra, tienes la tierra en tu vientre y la verdad en tus manos.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Hacia el norte

Hubo un tiempo en que pensó que los dos se dirigían, juntos, hacia el norte. Eran dos peregrinos en busca de paz y respuestas, tal vez no en ese orden. Sin embargo ahora sabía que estaban en latitudes opuestas: donde ella ponía amorosidad, él veía manipulación; donde él ponía independencia, ella veía desprecio. No se entendían. Y se agotaron. 
Ella sentía que no podía estar justificando continuamente su manera de ser, explicando, analizando, forzando la armonía. Todos sus gestos eran entendidos como egoístas y orgullosos, todas sus caricias eran manipulaciones o controles. Todas sus esperanzas, castraciones. 
Explicó disfrazada y explicó desnuda, explicó de pie y sentada, haciendo malabarismos o tumbada en la hierba, a gritos o susurrando, contando cuentos chinos o callando, explicó y explicó, pero él no la entendía. Y viceversa. 
Por eso era el momento de concluir el esfuerzo. Lo habían intentado durante años, pero no habían sabido hacerlo. Ella se sentó debajo de un nogal desnudo y se sinceró con ella misma: ¿qué había aprendido? a creer en si misma; a amar su propia forma de amar; a entender que nada es lo que parece, pero sin duda lo que parece a cada uno, es lo que es; a aceptar que no se puede unir el agua con el aceite; a ver que algunas personas se boicotean continuamente; a creer más en los hechos que no en las palabras, a saber que el amor verdadero ES siempre.
Algunas hojas amarillas se arremolinaron sobre sus pies después que un viento intenso y extraño soplara súbitamente. "Después de todo -pensó- ya estoy en mi norte ahora. Tendré mil vidas más para cambiar de rumbo, si quiero". Y se despidió de él, mentalmente, con una caricia en la mejilla y un beso suave en sus ojos antiguos y pequeños, menos sabios de lo que él pensaba, a su modo de entender. Le dio las gracias, eso siempre y deseo que encontrara su paz y su norte.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Ana tiene 30 años




Ana tiene 30 años y ha podido contemplar cerca de 11.000 atardeceres. No lo ha hecho, evidentemente, porque es humana y los humanos no podemos estar poetizando todo el tiempo. Ella además de mirar cielos como éstos, los ha visto en los ojos de sus seres queridos, en las pequeñas cosas que le han provocado la risa, en las personas que pueblan su universo como el señor del bigote, en sus amoríos y sus amores, en sus ganas de mejorar, en sus sueños y sus esfuerzos, en sus chistes y su música, en las cosas de todos los días, pequeñas, feas o hermosas, pequeñas. 
Ana tiene 30 años y cerca de 11.000 cielos hermosos a sus pies y eso no se padece, se celebra. Cielito, felicidades!

jueves, 8 de diciembre de 2011

El Gato Paco

La dueña buscaba a Paco desde su balcón. Él, impasible en el portal, me miraba quieto convencido de que yo entendería que ese no era un nombre para él. Hinchaba, sin inmutarse, su linaje persa, su placidez zen, su libertad de felino independiente mientras la dueña gritaba "a comer" y la callejuela olía a pescado hervido.
El gato Paco tenía una deuda kármica que cumplir. Después de sus siete vidas de gato, reencarnaría en persona. Me lo decían sus ojos azules. 
La dueña me gritó a mí: ¿está ahí el gato? Está -respondí. Y sentí haberle traicionado, pero tenía que pasarlo para limpiar su deuda. Él se estiró a modo de saludo y recibió a la dueña con la misma impasibilidad de antes.  Yo continué caminando por la callejuela empedrada. Un arco ojival pintado del mismo azul que los ojos del gato, se me tragó, como una turista más, hacia la cima donde estaba el castillo.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Cuerdas de laúd

Me haces vibrar tocando con maestría las cuerdas que me musican. Ya sabes muy bien dónde están, cómo mantener el acorde el tiempo suficiente, cuál es la cadencia que me activa, el silencio que me suspende en un estado de placidez, el ritmo que necesito para volver a empezar. Me tocas con las uñas y con las yemas y yo canto y me arremolino en tus manos y soy tu instrumento. Todas las demás melodías no caben en nuestro universo. Míralos, pueden disfrutar escuchándonos, pero esta música es nuestra.

martes, 6 de diciembre de 2011

Los tejados y otras cosas

 Valencia desde "El Miguelete"
 Xàtiva desde el Castillo
 Tres kilos de naranjas, un euro...
 Subiendo hacia el castillo de Xátiva
 El castillo...


 L'Albufera de Valencia


 Valencia de noche y un violinista
Cerámica valenciana

jueves, 1 de diciembre de 2011

El descanso del guerrero

Unos días de descanso. Limpiarme -o tal vez abrir las heridas-, pasearme por los tejados, ser gato con botas...¡Hasta la vuelta!