Vistas de página en total

sábado, 12 de noviembre de 2011

Niños dentro

Tenemos niños dentro que, a su vez, tienen bebés colgando de sus manos tiernas, que a su vez se agarran a las extremidades jóvenes buscando un lugar más elevado y digno, como nuestros niños interiores se agarran a nuestras gestos, más de lo que seríamos capaces de entender o admitir. 
Él fue un niño feliz así que su madurez es risueña y relajada. Le gusta jugar con sus hijos al escondite, al pilla-pilla, a los monstruos y ríe con ellos a todas horas. Dicen por ahí que es poco responsable e incluso caprichoso, pero que es tierno como un bollo y tiene un encanto interior que le hace irresistible a los ojos sensibles.
El otro, sin embargo, fue un niño solitario, vapuleado por los otros niños, así que se ha negado a tener descendencia y observa a los hijos de los demás entre curioso y asqueado, como si fueran bichitos vertebrados o monstruos aparentemente humanos. Dicen por ahí que es un hombre recto y honesto, pero muy egoísta, algo taciturno y avaricioso, gran tesorero de los triunfos sociales y los billetes, eso sí, lo cual le hace irresistible a los ojos superficiales.
Yo les miraba hoy, como quien observa unas aves en un observatorio de pájaros, y he visto sus niños interiores colgando de sus espaldas, como mochilas invisibles pero permanentes. 
Después quería verme la mía, pero claro ahí detrás cualquiera la observa. No obstante la he sentido e intuido y, por supuesto, la he recordado: mi niña interior al principio era dulce como un caramelo, era asustadiza y dependiente, era vulnerable, era blanca como el talco y transparente como la lluvia. Mi niña interior era sensible, responsable y adulta, tímida y tranquila como un gatito sin instintos. Imaginaba mucho y dibujaba más, leía poco porque no sabía pero miraba todo lo que podía, soñaba a lo guionista de Hollywood y se acurrucaba en los brazos de los demás siempre que podía. Mi niña interior, de manera natural, idolatraba a sus amores mayores, les obedecía, callaba cuando se atemorizaba o no entendía, apenas lloraba, si lo hacía era por los demás: la abuela, el perro Bobby, la oveja ahogada, su hermano y el chichón, su amigo sordomudo... Y tenía mucho miedo de los ratones, la oscuridad, los Reyes Magos, las cabezas cortadas, los fantasmas, las muñecas antiguas, las pieles de zorro, el agua y las alturas.
Mi niña interior, ahora, pugna por salir tanto como los vuestros. Tiene miedo y tiene ganas de dulzura. Quiere brazos y protección. Y no se avergüenza por ello. Ahí la tengo, en mis manos, acariciándola, durmiéndose tranquila mientras mi yo adulta me trago los miedos, me bebo el ácido y me tomo la sal y disfrazo la necesidad de protección con un lujurioso traje de deseo como si fuera una cabaretera llamada Clementine.

7 comentarios:

M dijo...

Y si haces un promedio entre la una y la otra?

Miguel Bueno Jiménez dijo...

Un abrazo tan grande como tu niña.
Expresiones
Piedra

Sbm dijo...

Magnífico.

Conozco hombres hechos y derechos como niños y niños hechos y derechos como hombres. Nunca he sabido qué me da más pena, supongo que los segundos.

Un beso.

el paseante dijo...

Yo fui un niño solitario y no tengo hijos. Acabo de mandarle un email a un psicólogo que he encontrado en el Google para pedirle hora en su consulta :-)

A todos nos cuesta hacernos mayores, dejar de ser niños, olvidar que alguien nos protegía y que ahora sólo nos tenemos a nosotros mismos para obtener ese refugio en el que estábamos a gusto.

Ada dijo...

Mónica, vale, entonces seré más simétrica :)

Miguel, mil gracias.

Sbm, coincido contigo, un niño-hombre es terrorífico

Paseante, entonces todooooooooos al psicólogo. No es nada dramático llevar ese niño colgado de la espalda. De hecho, así es siempre y sólo la aceptación lo mantiene tranquilamente dormidito. Un abrazo de niña a niño.

M dijo...

como la música

Anónimo dijo...

De nuevo... me encantó leerte. Me dejas pensativo, y eso me gusta.