Le encontré por fin. Sí, apoyado en una pared de piedra seca, pisando hierbas ajadas y polvo, ciertamente en un contexto poco principesco. Pero era azul, literalmente azul. Os preguntaré cómo supe que era Príncipe. Fue porque no dejaba de sonreír y balbuceó algo así como Querida, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño barco, un pequeño palacio, una pequeña fortuna.
Reconozco que la frase me resultó familiar, como si ya la hubiera escuchado antes, pero estaba tan embelesada viendo su azul de cuento y su sonrisa perfecta que no quise cuestionarme nada. Supongo que mi expresión no decía lo mismo porque mientras se acercaba, renqueando de una pierna, volvió a hablarme: ¿a quién va usted a creer? ¿ a mí o a sus propios ojos? Lo cierto es que a veces prefería más creer lo que me decían los demás, pero esta vez el azul me cegaba, era evidente lo que veía.
Él no dejaba de sonreír. En un principio, descarado, me dijo no piense mal de mí, querida, mi interés por usted es puramente sexual, pero fuera o no cierto, más tarde supe que esa sonrisa perenne que tenía colgada del bigote no era ninguna triquiñuela seductora, sino la consecuencia de una leve parálisis facial que le había producido un íctus reciente. Desde entonces cojeaba, hablaba extrañamente pues también las cuerdas vocales se habían visto afectadas, y, lo más significativo, se le había quedado la boca paralizada en una eterna sonrisa. Eso fue lo que más me impresionó. Dijera lo que dijera, nadie le tomaba en serio, ni yo misma. Mi perro no me dirige la palabra desde que le mordí me dijo para intentar explicarme su grado de insatisfacción, condenado siempre a parecer amable y simpático, complaciente y empático. No le quedaba otra que empezar a agredir para que se le entendiera. Pero incluso eso le resultaba muy difícil porque como mordía, escupía, pegaba, empujaba, gritaba, insultaba sonriendo el efecto nunca era el esperado.
Me di cuenta que un Príncipe Azul de estas características no sería muy apto en mi vida así que le aconsejé que empezara a fumar puros (tal vez el humo difuminaría su sonrisa) y que tomara un poco el sol (tal vez el amarillo del sol en contacto con su azul harían el verde perfecto para ser tildado de "viejo verde" y así podría recuperar sus antipatías varias), antes de alejarme por donde había venido. Por supuesto, sin mirar atrás.
*Las frases en cursiva son de Grouxo Marx, un buen cómico pero también gran misógino.
9 comentarios:
Sí, Groucho Marx era un gran misógino pero un buen cómico.
Cuándo tan mal hablas de él es que te gusta...
Jajajaja, que buen texto, para una imagen tan curiosa.
Me viene a la cabeza una historia real, que sucedió en el instituto donde estudiaba. Contrataron por primera vez un psicólogo para el centro y nos lo presentaron. Nos contó cuál iba a ser su papel en el centro, etc. y dijo ¿Alguna pregunta?. Un compañero levantó la mano y le preguntó ¿Por qué sonries todo el rato?. A lo que contestó: Tengo un problema en el nervio vago, de modo que mis expresiones faciales, no son las que deberían ser si no tuviese este problema (sin dejar, evidentemente su expresión sonriente, que lo acompañaba de por vida). Nadie preguntó nada más.
Pitt, sí.
Mónica, sí me gusta, es irónico :)
Sara, la imagen me apareció en Cuenca, en un descampado. No sé si querrá ser Grouxo Marx, pero a mi me lo recuerda.
Pepe, una muestra más que la realidad supera la ficción. No sé por qué se me ocurrió un detalle así, y yo pensando ser original...
Primera noticia de que Groucho Marx era misógino.
El texto no lo acabo de entender.
Te gustan las personas irónicas?
Sbm, ¿lo dirás de broma, no?
Mónica, sólo si son inteligentes.
Los hombres siempre somos maravillosos. Lo que sucede es que a veces somos de un maravilloso que no sabéis apreciar.
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