La dueña buscaba a Paco desde su balcón. Él, impasible en el portal, me miraba quieto convencido de que yo entendería que ese no era un nombre para él. Hinchaba, sin inmutarse, su linaje persa, su placidez zen, su libertad de felino independiente mientras la dueña gritaba "a comer" y la callejuela olía a pescado hervido.
El gato Paco tenía una deuda kármica que cumplir. Después de sus siete vidas de gato, reencarnaría en persona. Me lo decían sus ojos azules.
La dueña me gritó a mí: ¿está ahí el gato? Está -respondí. Y sentí haberle traicionado, pero tenía que pasarlo para limpiar su deuda. Él se estiró a modo de saludo y recibió a la dueña con la misma impasibilidad de antes. Yo continué caminando por la callejuela empedrada. Un arco ojival pintado del mismo azul que los ojos del gato, se me tragó, como una turista más, hacia la cima donde estaba el castillo.
6 comentarios:
peor habría sido Eusebio... Besos
No soy de animales, pero me encanta el gato.
He decidido que me debes una foto de un atardecer.
Me ha encantado tu conexión felina... O la suya humana, más bien.
Pues mi perro imaginario se llama Carlos.
Traicionaste al animal, pobre, pero bueno, los traicionamos cada día. Ojalá le diesen pescado hervido al gato, pero quizá hagan como lo que se hace ahora: darles krispis o como se llame. Pobres animales.
En fin, bonito relato. Corto y lleno, como siempre.
Un beso.
Elchiado, pues sí, tienes razón...
Ana Pepinillo, e voilà!
Rombo :)
Sbm, Carlos suena mejor :)
No sé si has visto una película que se llama "Desayuno con diamantes" y recuerdas ese gato que no tendrá nombre hasta que su dueña sea rica. Al menos, éste se llama Paco. Menos quejas.
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