Encontró un pez en el bosque, entre las hojas secas y la bruma de la mañana recién nacida. Alguien lo había grabado sobre una piedra, como si fuera un fósil y lo había dejado en un bosque que no tenía río ni jamás lo tuvo. No llegaba a entender qué querría decir aquella vulva cerrada, aquella concha hermética, aquel óvalo fuera de lugar, así que simplemente se sentó a su lado y lo acarició con la punta de su dedo índice. Cerró los ojos mientras lo hacía y la voz del viento suave que soplaba entre los árboles la transportó a un océano de olas. Imaginó que se agarraba a la cola del pez plateado y se dejaba llevar aguas adentro. Imaginó que podía respirar bajo el océano, que el pez-paz la calmaba y así notó cómo los latidos de su corazón se relentizaban, cómo la quietud amasaba sus mandíbulas y la placidez cubría sus párpados.
La encontraron muerta unos días después, desnuda sobre las hojas, junto al pez grabado. Estaba completamente mojada de lluvia salada.
7 comentarios:
Gracias por el enlace.
Besos
Piedra
Bonita historia, pero muy triste.
Me ha recordado, lejanamente, a una excelente película del
genial I. Bergman: "El manantial de la doncella".
Saludos cargados, todavía, de nostalgia,
Ámber
Me gusta devolver una visita. Vendré con más tiempo. Nos leemos.
Buscando belleza, Piedra, siempre...
Besos, Amber.
Januman, gracias.
A pesar del riesgo de despertar convertida en agua salada recorro siempre los dibujos grabados en la piedra, como un ritual.
Me gusta tu casa y tu hospitalidad ;-)
Bienvenida, Pais!
podría hacerse un cortometraje con este cuento, y sería maravilloso!
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