Le vi pegado al cristal de la nueva confitería. Se movía nervioso de un lado a otro del cristal e instantáneamente, se paraba y bien quieto, con los ojos fijos en cualquier pieza, babeaba un poco, hasta que la saliva le resbalaba por el cuello. Entonces, volvía a ponerse en marcha, cuatro pasos a la izquierda, cuatro a la derecha.
En el interior de la tienda, no le veían porque el mostrador estaba a su derecha y así la visión del escaparate se escapaba. Sonreí. La tercera vez que inició el movimiento, me acerqué.
- Yo me comería una fresa caramelizada. Mmmmmm, una bomba de azúcar, esponjosa como una gominola, pero con el corazón de fuego, derritiéndose ácidamente a cada mordisco.
Me miró desconfiado.
Continué:
- Y también me comería un pedazo de esa tarta de hojaldres con crema quemada y kiwi maduro por encima, esa que termina en una capa de confitura, ¿quieres un trozo?
Supongo que no se creía que iba a comprarle nada.
- O si lo prefieres, nos comemos un buñuelo relleno de nata con azúcar glass y virutas de chocolate por encima.
La sorpresa podía reflejarse en su cara.
- Oye, vale! No me mires así! ¿un simple bombón de chocolate relleno de toffie?
Entonces empezó a reir. A carcajada limpia.
- Pensaba, pensaba -balbuceó entre los sonidos guturales que le provocaba su risa, entre espasmo y espasmo, entre respiración asmática y carcajada maquiavélica -, pensaba que sólo tenía poder sobre ti cuando estabas triste... Lo quiero... todo.
Así habló el monstruo que tengo en mi barriga... y entonces yo, incapaz de hacer otra cosa, tiré una piedra al cristal y me lancé a devorar los pasteles. La pobre dependienta chillaba y yo intentaba decirle con los ojos que no le iba a hacer daño, que sólo quería comer esos manjares, y en realidad ni siquiera yo, sino el monstruo de mi barriga, pero no me entendió.
Cuando llegó la policía, me sentía mareado, como si me hubiera emborrachado. En realidad es que me había cortado con los cristales y todo el azúcar que entraba por la boca se iba vertiendo desde mi herida abierta. Supongo que comí fresas caramelizadas con sangre sin darme cuenta.
Todos pensaron que eso era muy grave y que había llegado el momento de ponerme un globo en el estómago. Ingenuos, sólo conseguiremos entretener al monstruo de mi barriga y que vuele más alto.