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lunes, 29 de agosto de 2011

Descansar

Me voy unos días a descansar. Pocos, muchos, todos, no lo sé...hasta pronto, blogueros.

domingo, 28 de agosto de 2011

Rota de agotada

Rota de agotada, agujereada de cansada, herida de perdida, abierta de fatigada, quebrada de derrotada, partida de deshecha, estropeada de rendida, deshecha de jadeada, triturada de destrozada... pero en la ventana. Que me dé el aire, que lo de fuera me calme el dentro, que los paisajes curen mis heridas, que si me ves asomada quieras mirarme y saludarme...

sábado, 27 de agosto de 2011

Con vistas panorámicas

Conozco un lugar donde se muere y se lava la ropa sucia al mismo tiempo, donde el corazón se pone a secar mientras se reza, donde se siente la brisa de la vida y la humedad de la muerte mano a mano, donde las angustias tienen vistas panorámicas mientras el angustiado no puede levantar los ojos del suelo. Es un lugar bello y feo al mismo tiempo, es un lugar eterno, y todos, me podéis creer, terminamos visitándolo en algún momento, aunque no queramos.
Yo preferiría contemplar otras vistas ahora. No sé, tal vez el mar que no termina, tal vez las montañas altísimas, desafiando al verano con sus hielos, tal vez un bosque mohoso habitado por fantasías, tal vez un hogar plácido dibujado por las velas. Pero sólo veo esto: la ropa sucia a secar y mi cruz blanca.

viernes, 26 de agosto de 2011

Comerse el corazón

Me como el corazón a pequeños picotazos, un poco cada noche, después de nuestra conversación diaria, sí, la estancada, la agria, devoradora y laberíntica. Me lo como despacio para que me siga doliendo, para no quedarme sin aunque duela y dejo que las cosas sigan transcurriendo fuera de mi control y deseos. Dejo un trozo para que tu zarpazo final se lo lleve, para no tener que admitir que lo he perdido, que lo he vendido. Siempre es mejor ir diciendo por ahí que me lo han roto o que me lo han robado.
Me como el corazón y sabe raro: a veces a nube de algodón y es dulce y se me engancha en los dientes y entonces veo imágenes casi olvidadas. Y cuando paso la lengua para desengancharlo sabe ácido como el limón y un escalofrío se instala en mi espinazo. Y trago. Y la lengua queda agria. Y bebo agua y cuando me la paso sobre los labios sabe a sal, a mar profundo, a sexo. Y después lloro, claro, y doy otro picotazo.
No quiero tragármelo de golpe, por si todo cambia, por si el azar decide dar un giro a esta historia tan poco sana. Pero confieso: a veces deseo girarme como un calcetín, perder a mi par en la lavadora, empezar de nuevo una vida en solitario, aunque sea sin corazón. Sólo a veces. Porque me aterra en realidad.
Mientras tanto, me como el corazón, y espero. Como siempre. Pero le he puesto un plazo a mi espera, lo juro. Esta vez sí.

jueves, 25 de agosto de 2011

Atención, piratas!

El Mediterráneo se ha cubierto de una luz naranja, como de cobre oxidado, y se ha poblado de barcos fondeados en espera. Es la hora del descanso, de renacer a la aurora, de balancearse pero quietos, sin hacer camino, de contemplar horizontes y no dejarse distraer por sirenas ni espejismos, de hacer el caso justo al grito de advertencia: atención, piratas! y no dejar que nadie embarque, ni a las buenas ni a las malas, de cubrirse de sal y no mirar hacia atrás, de dejar de buscar tierra, de comer sardinas asadas y chuparse los dedos, de dormir bajo las estrellas y situar todos los faros cercanos en un mapa claro, edición de bolsillo, con las tapas forradas para que el mar no lo estropee.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Amándose

Se amaba. Sobre todas las cosas. Tanto que estaba insensibilizado a todo lo externo y siempre buscaba su reflejo en todas las cosas. No lo mostraba abiertamente, de hecho decía rechazar todas las imposiciones y defendía la libertad de pensamiento y obra, pero lo cierto era que lo medía todo en función de su semejanza. Las cosas debían estar colocadas en la posición que él esperaba, ser como pensaba que debían ser, moverse en la dirección que él dictaba. Si no ocurría así se desesperaba y terminaba primero cerrando los ojos ante esa realidad incómoda, y finalmente escapando de ella para no tenerla cerca, ni siquiera olerla, porque lo cierto era que no soportaba la libertad, porque todo lo externo le parecía desarmónico, porque la diversidad era mutable y peligrosa, porque quería que todo a su alrededor estuviera tan medido y encerrado como él. Terminó únicamente amando su reflejo. Yo lo miraba acariciar y besar con su pico curvo el agua del lago, delicadamente, para no estropear demasiado la imagen. Yo lo miraba en silencio, triste.

domingo, 21 de agosto de 2011

El violinista de oro

Él era el único violinista alegre del mundo y tenía la rara habilidad de conseguir que nadie llorara cuando sonaba su violín. No importaba que interpretara piezas tristes de otros autores, sus dedos conseguían -sin alterar la pieza original- que todos escucharan con una inmensa alegría en el corazón. Por eso le llamaban el violinista de oro. 
Jamás quiso tocar en un teatro para un gran auditorio, ni pisar una televisión o entrar en el mercadeo del espectáculo. Tocaba en la calle, buscando sombras por toda la ciudad, buscando lugares especiales. Donde veía un mendigo, él se situaba, en el punto exacto donde los oyentes, después de dejarlo, se lo encontrarían y darían gustosos su ayuda, el corazón rebosante de amor y alegría. 
Yo peregrinaba todos los sábados en su búsqueda, recorriendo calles y plazas, hasta que le encontraba. Entonces me sentaba cerca de él, me comía una manzana ácida y me bebía mi agua fresquita mientras dejaba que mi corazón se llenase de su música alegre. Las monedas que pudiera darle no compensaban todo lo que él me daba, así que empecé a dejarle otros presentes: un poema escrito en la noche, un bote de mermelada casera, una vieja postal llena de recuerdos, un frasquito con aire de la montaña...él los recibía sonriente y me besaba en la mejilla con sus labios de oro. Después guardaba mis regalos en su chistera, y seguía tocando. 
Yo tenía en el salón de mi casa dos láminas con El violinista verde y El violinista azul de Chagall, tenía un cartel del musical El violinista en el tejado, tenía otra lámina del Violinista fragmentado de Picasso, un póster con los violinistas rusos y coreanos más famosos del momento y escuchaba en casa a todas horas a Beethoven, a Tartini, a Bach, a Chopin y a Paganini, pero nada era suficiente para darme la felicidad que aquel músico callejero me daba. Así que un día me senté a sus pies y de ahí no me he movido. Todos creen que soy una parte más del atrezzo. Él me habla poco, la verdad, pero sus contadas sonrisas -como su música- me llenan el corazón de alegría. Eso, podéis creerme, me basta.

sábado, 20 de agosto de 2011

Dos cualquiera

Había dos en aquella heladería antigua. Yo les observaba a través del espejo mientras saboreaba mi helado de vainilla y me imaginaba sus vidas. Me inventé una historia en la que ella lloraba, rota de desamor. Sus dedos blancos y largos, de pianista, encarcelaban sus palabras, mantenían su voz en una cueva sombría y húmeda. Él era inmune a su sufrimiento. Perseguía sueños a través de la ventana, miraba a las noruegas y se complacía en sus rubios cabellos. Y el espejo devolvía las imágenes, engazadas en la filigrana del marco. 
Me inventé una historia y escribí un verso en el cuaderno verde, las palabra muy separadas entre sí, como nubes, la letra muy apretada, como dientes, la acentuación dulce, como helado dibujando círculos sobre la mesa, un verso que es un secreto, sólo para mí.

viernes, 19 de agosto de 2011

Buscando belleza

Buscando belleza, desenfoca todo lo demás. 
Olfatea como un perro, rastrea, busca, encuentra la belleza escondida de todas las cosas, de cada instante, de cada rincón. Pero desenfoca todo lo demás. 
Es ese anhelo por vivir en la belleza lo que la hace tolerante y paciente. Pero también infeliz. Porque es una adicta sin rumbo ni límites, siempre en pos de la belleza.
Buscando belleza ha permanecido en la basura, buscando belleza ha embellecido lo feo, buscando belleza ha vivido en un sueño del que no quiere despertar.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Luna

Luna, te pedí hace muchos años, cuando todavía era una niña que nadaba desnuda entre las algas fluorescentes, que tu luz convirtiera el agua que bebía en aquella cala solitaria y azul, en un brebaje mágico que me trajera el amor, que pudiera pasar mi dedo por su mejilla - un instante me bastaría, dije entonces-, que pudiera ver su interior. Años después me lo enviaste: tenía otra cara, pero era un amor profundo. Fue, es profundo. También incómodo, difícil, tierno, complaciente, intermitente, distinto, un amor que durante trece años me meció entre sus brazos y superó contradicciones y prejuicios. Descrecimos y crecimos una y otra vez, anduvimos y desanduvimos todos los caminos, regalamos y robamos nuestros años mejores y cerramos los ojos ante ese cambio profundo que se iba gestando en nuestro interior. 
Luna, ¿por qué me enviaste un amor tan cobarde? ¿por qué dejaste que los miedos en lugar de superarse se enraizaran e invadieran su mente y su corazón? No quiero soltar, pero debo. No es sólo miedo a estar sola, no es sólo miedo al cambio, no es sólo miedo a volver a empezar, no es sólo miedo a volverme otra, más cerrada, más ocre, no es sólo miedo de perderle, de sacarle de mi vida, de dejar de sostenerle; es, sobretodo, un vacío profundo, es el fracaso quemando las entrañas, el fracaso de no haber podido crecer al mismo tiempo, de no haber aprendido todo lo que debimos aprender, de que estos años contracorriente y toda la fe depositada como un tesoro, se hayan perdido, desvanecido, evaporado como agua al sol. 
Luna, ya no creo en ti.

martes, 16 de agosto de 2011

La fiesta

La plaza estaba cubierta por una cúpula de guirnaldas azules y blancas que crujían como olas de mar, a pesar que la costa estaba lejos. Nos habíamos aprovisionado los bolsillos con caramelos Sugus de todos los colores, incluso los azules que no nos gustaban a ninguno, caramelos de nata, Palotes, Zeta-petas, Chupa-chups de cola, nubes esponjosas, dentaduras de azúcar, besitos de gominola y un buen surtido de Tigretones y Panteras Rosa. Éramos cuatro y un perro: mi hermano mayor, con sus rizos dorados y su palote en la boca simulando fumar; Antonia, la rubia, con su cuerpecillo estirado de catorce años, la más mayor, la más perversa; Margarita, con sus gafas de culo de botella y sus dos colas largas, antipática y protectora a la vez; y yo, con mi timidez y mis ocho añitos a cuestas. El perro Boby que no era de nadie y era de todos, con su carácter plácido y sus ojitos de miel, nos seguía a todas partes con su patita encogida desde que le atropelló un cientoveintisiete puñetero de color naranja. 
Al fondo de la plaza, sobre una tarima de madera, sonaba en directo "Devuélveme a mi chica" de Hombres G, cantado por un grupo de cincuentones y una solista muy maquillada, más desgarbado que los propios. Nosotros comíamos y bailábamos. Mi hermano bailaba metiéndole mano a Antonia. Y yo, movía mis pies sin levantar la vista del suelo mientras se iban sucediendo las canciones: Paloma San Basilio, Olé Olé, Rocío Jurado, Duncan Dhu, Los Ronaldos, el Fary, Luz Casal...una mezcla para jóvenes y mayores...
En el otro lado de la plaza había refrescos y asaban sardinas. Los mayores estaban sentados en sillas de plástico blanco y alguno se había traído la mecedora de casa. Todos comíamos y bebíamos en platos y vasos de plástico y los niños gozábamos de tirarlos a la basura y coger otros, limpiarnos con servilletas de papel y coger otras, gozábamos con ese gesto de derroche, ahora tan común. 
Yo bebía Fanta-Naranja y las burbujas me picaban en la nariz y me hacían estornudar, más que los Zeta-petas. Llevaba un vestido de tirantes a cuadros pequeños azules y blancos, como las servilletas, y mientras todos reían yo daba vueltas sobre mi misma. Cuando logré alzar mi vista del suelo y centrarla en la esfera del cielo que se abría en medio de las guirnaldas sonaba "la Fotonovela" de Ivan, vueelaaa, y supe entonces lo que me esperaba.

lunes, 15 de agosto de 2011

Ibiza

El pozo amarillo tenía un secreto: un tobogán de piedra blanca por donde caí y me deslicé hasta Ibiza. Fueron 12 horas de aire limpio, de colores mediterráneos, lejos del ocre otoñal, una parada en mi caída.






sábado, 13 de agosto de 2011

Pozos amarillos

Nadie me explicó nunca que había pozos que no estaban en el suelo, que eran agujeros amarillos que surgían del camino a la altura del pecho cuando menos lo esperabas y engullían en espiral. Caminabas tú con la mediana tranquilidad que puede dar la fugacidad de la vida, mirando pájaros y mariposas, anhelando horizontes lejanos, amando la tierra pisada también, y de repente, zas! pozo amarillo y caída vertiginosa con mareos y náuseas incluidas. Y encima no una caída clásica, es decir, hacia abajo, con la posibilidad de intentar agarrarte con las uñas a los bordes de tu agujero, sino una caída en paralelo al camino, como un tren sin paradas convirtiendo toda tu realidad en un paisaje borroso y tus lágrimas en esputos contra las ventanas. 
Me dices "tranquila, todavía no ha pasado nada..." y yo siento que ya ha pasado todo, que no dejo de caer en ese pozo amarillo que se me ha plantado hoy delante.

viernes, 12 de agosto de 2011

El silencio

Visitaba los cementerios porque le daban miedo, sólo por eso. No quería reflexionar sobre la vida y la muerte, ni observar las esculturas helada de las tumbas con sus gestos hieráticos y las cuencas de sus ojos vacías, ni ver los rostros congelados de las fotografías que había en las lápidas, descoloridos por el sol, ni leer los nombres y sus edades como si fuera un ritual de invocación, ni rezar, ni leer los epitafios que a veces sorprendían gratamente, ni quedarse en silencio mirando el mar de cruces, sólo quería sentir miedo. Porque ese silencio interrumpido a veces por el vuelo de una paloma, el llanto de un vivo, o el salto de un gato era lo más aterrador de la vida, era la esencia, la base. Porque el principio era la nada, el vacío y todo lo demás una distracción ante esa realidad. Incluso la rosa marchita golpeaba como un insulto: todo lo que fue no era nada, sólo una breve interrupción del eterno silencio.

jueves, 11 de agosto de 2011

¿Y tú qué miras?

¿Y tú qué miras, mujer transparente? ¿Y tú qué haces robándome el alma con tu cámara de los demonios? ¿Y tú qué dices escribiendo bajito reglones picudos como caminos de hormigas? ¿Y tú qué sientes?

miércoles, 10 de agosto de 2011

Ventana a rombos

La ventana a rombos presidia el salón de aquella casa antigua llena de fantasmas amables -una monja del convento vecino, varios gatos, un carbonero bueno y un niño angelito que había muerto de tuberculosis-. En la planta baja, una masajista desbloqueaba espaldas a famosos escritores y en el piso de arriba vivía el amigo y sus dos gatas.
La ventana a rombos daba al patio de un convento de monjas clarisas, descalzas y de clausura, así que los rombos de advertencia no podían ser precisamente eróticos. Le preguntó al amigo y él, riendo, le contó diversas historias que había adivinado tras su ventana indiscreta, pero todo eran suposiciones, cestas de limones, y hábitos descolocados, albañiles fornidos y novicias cándidas.
La gata Tábata maulló celosa ante tanta confidencia y el fantasma de la monja se molestó un poco plantándose entre ellos con su cara de pocos amigos y sus dedos rojos de tanto pellizco. Pero ella la ignoró y alabó la nueva pintura del salón de la casa, de un amarillo oro luminoso. 
Comieron juntos. Empanadas de pescado. Humus de garbanzos y pan integral. Ensalada de canónigos. Bebieron cerveza. Y a la tarde, un helado de avellana de los buenos. Charlaron sobre la gente y su mala educación, de la gente y su falta de ilusión, del flúor, de las comidas y los regímenes, del amor, del dinero, de la salud, de los gatos y el celo, de las brujas...hablaron de mucho, pero no de lo más importante, de aquella obsesión que le enfermaba el verano, y el tiempo pasó rápido, como en un sueño sin rombos.

martes, 9 de agosto de 2011

El techo

Volando volando, ingrávida, como quien no quiere la cosa, flotando, despacio, en silencio, llegó hasta el techo. Un magnífico techo cubierto de artesonado geométrico, que atrapaba la escasa luz de la habitación. No sabía cómo había ocurrido. Estaba sentada en un banco duro, pensando con los ojos cerrados y al abrirlos se encontró el techo a menos de un palmo de su nariz. Podía oler la madera e incluso apreciar la fina tela de araña que enlazaba la estrella de ocho puntas con la lámpara de hierro forjado. 
Era extraño, nunca había sentido algo así: sabía lo que era caer en un pozo y tocar fondo, pero nunca había experimentado tocar techo.
Asegurándose que no había nadie más en la habitación, extendió sus manos con las palmas abiertas y empezó a andar sobre el techo como si estuviera haciendo el pino. Los pasos de sus manos eran torpes e inseguros, las uñas rasgaban ligeramente la madera y le producían escalofríos. Decidió mirar hacia abajo y le entró vértigo: calculaba que el suelo estaba cuatro metros más abajo. Empezó a temblar. Se imaginó la caída, el golpe seco, el grujir de su cráneo chocando contra el suelo, el dolor de sus órganos reventando en su interior y pudo visualizar la postura de su cuerpo roto en una caída poco elegante, grotesca como todas las caídas. 
El corazón le palpitaba violentamente, se tambaleó un poco, perdió altura, se zambulló en el miedo y cerró los ojos. Cayó desmayada. Pero no estaba muerta ni la caída había sido vertiginosa porque nunca había llegado al cielo en realidad: cayó del banco hasta el suelo, apenas 50 cm. y lo hizo lentamente, lipotímica y agotada, escurriéndose sobre el mármol frío com una prenda de seda. 

lunes, 8 de agosto de 2011

Meditamundo

Comparto templo sagrado con dos monjes especiales. Uno, se sienta siempre a mi espalda para protegerme del viento. Sabe que tengo tendencia a la artritis por muy purificada que viva y que las humedades y las corrientes de aire me sientan mal. Otro, se aleja un poco, pero contempla sonriente mi perfil para saber siempre que existo y hago. Compartimos templo y crecimiento, cada uno en su espacio, siempre bajo la esfera incandescente que nos une, que es una lámpara de luz que parece un globo aerostático o un planeta autónomo. Los tres somos uno y cada uno somos tres y así meditamos cada día creciendo un poco, llorando un poco, riendo un poco, viviendo mucho.

domingo, 7 de agosto de 2011

Un pez en el bosque

Encontró un pez en el bosque, entre las hojas secas y la bruma de la mañana recién nacida. Alguien lo había grabado sobre una piedra, como si fuera un fósil y lo había dejado en un bosque que no tenía río ni jamás lo tuvo. No llegaba a entender qué querría decir aquella vulva cerrada, aquella concha hermética, aquel óvalo fuera de lugar, así que simplemente se sentó a su lado y lo acarició con la punta de su dedo índice. Cerró los ojos mientras lo hacía y la voz del viento suave que soplaba entre los árboles la transportó a un océano de olas. Imaginó que se agarraba a la cola del pez plateado y se dejaba llevar aguas adentro. Imaginó que podía respirar bajo el océano, que el pez-paz la calmaba y así notó cómo los latidos de su corazón se relentizaban, cómo la quietud amasaba sus mandíbulas y la placidez cubría sus párpados. 
La encontraron muerta unos días después, desnuda sobre las hojas, junto al pez grabado. Estaba completamente mojada de lluvia salada.

sábado, 6 de agosto de 2011

Verano

Verano efervescente, explosivo de emociones, llanto y risa en proporciones alquímicas y algunas decisiones, como pepitas de sandía, que no deben tragarse. Las escupo en un papelito blanco, en un sobre hecho de urgencias y parecen dientes que me caen, parecen trozos de noche, manchas de animal salvaje, los lunares de mi cuerpo. 
Me como la fruta y dejo que su jugo se pegue en mi piel. Debajo de la nariz, me cuelgo la tajada de sandía y es una carcajada roja y desdentada que hace que mi cara sea preciosa. La disfruto. Podría ser más dulce. Deseo que sea más dulce. Pero es la que es, la que compré, la que arriesgué a tener, mí sandía, mi risa.

viernes, 5 de agosto de 2011

Ver

Mar calma de atardecer, ámbar en el cielo y risas en el agua. La niñez me muestra su trasero sin malicia, como una luna llena blanca y pura. La niñez chapotea en el agua y caza olas con sus ojos. Yo miro, plácida, con todos los sentidos. Los dedos ven la arena fina pisada por los hombres, picoteada por las gaviotas. Los oídos ven el ir y venir de las olas, el vientre del mar hirviendo. La nariz ve la sal y el alga. Los ojos ven la belleza en movimiento. El corazón ve las cosas que se mueven y las que quedan quietas, ve lo que hay y lo que no, ve dentro y fuera.

jueves, 4 de agosto de 2011

Resucito despacio

Resucito despacio y mis pétalos se levantan hacia la luz: ahora una sonrisa breve, después una caricia suave sobre el dedo corazón, más tarde un pensamiento blanco...

miércoles, 3 de agosto de 2011

Contra


Contra, siempre contra. Y las ideas enfrentadas y las palabras sin función y los corazones llenos de egoísmo. Contra, preposición de las largas y proposición indecentísima. Y heridas. Y sinsentidos. Y dolor. Y asesinatos. Esta noche me han matado.

martes, 2 de agosto de 2011

La sirena

Soy la sirena muda, la que no tiene mar, la que se baña sin voz en una bañera de agua dulce, mientras desea océanos helados con infiernos abisales y sorpresas en cada ola: un barco hundido con o sin tesoro, un banco de peces plateados, un pulpo cojo, un caballito de mar anciano, una ballena con santos pacientes dentro, delfines danzarines, veleros plàcidos, atunes rojos sin extinguir. 
Soy la sirena muda, la que destrenza su pelo para ella misma, la que no quiere enamorar a ningún marinero, sólo permanecer húmeda frente a tanta actitud seca.

lunes, 1 de agosto de 2011

Todo cambia

La canción nace de la urgencia. 
Hay huidas hacia adelante, huidas hacia atrás y huidas que parecen estáticas, pero que en realidad movilizan a todo el universo. Permanezco quieta, escuchando su música y las uñas me crecen, el pelo se me enreda, los ojos se abren y cierran a velocidad imperceptible e incluso me permiten dormir un ratito apoyada en la pared de enfrente sin que se note, los órganos envejecen, la piel se me deshidrata, las arterias se estrechan, las palabras se gastan en el cerebro, perdidas en laberintos sin salida. 
Todo eso pasa y nadie lo nota y parece sólo que estoy quieta, escuchando su música. Pero todo cambia.